Thursday, February 18, 2010

Ernesto Lecuona Casado.

Ernesto Lecuona Casado. 
Un pentagrama del recuerdo en el alma
Por Dinorah C. Rivas



Hay seres que nacen desbordados de talento, virtuosos, privilegiados, con una estrella perpetuamente iluminada que ni con la muerte dejan de brillar en el espí­ritu de su legado eterno.



Reaparece agosto vestido de gala y el mundo amante de la excelsa música, recuerda con añoranza al insigne músico y compositor por excelsitud, el Maestro Ernesto Lecuona Casado, honrado y admirado universalmente, sí­mbolo de la cultura cubana.



¿Qué pudiera escribir entonces de tan dotado ser que ya no haya sido expresado por la inspiración de eruditos musicólogos, escritores, poetas, pintores y bohemios?: Cruzar con mi imaginación el tiempo otrora, abrazada al doble privilegio que me da el ser cubana e hija de su querido pueblo natal Guanabacoa, “la hermosa Villa de Pepe Antonio”, y rendirle un humilde homenaje aflorando recapitulaciones de su vida y de su hermosa obra.



Cuba, 6 de agosto de 1896, recibe con sus brazos maternos el estreno de un nuevo verano por sus calles de adoquines, donde por una de sus callejuelas se levanta la majestuosa ventana colonial que a través de sus vitrales, deja escuchar por primera vez el llanto del genio recién nacido en el seno de la familia Lecuona, hijo de Don Ernesto y Doña Catalina, ambos tenerifeños. Don Ernesto es un respetable periodista de la época y dueño del periódico La Aurora de Matanzas, que después se llamo La Aurora del Yumurí­, entre otros periódicos que posteriormente dirigiera en la provincia matancera antes de trasladarse a su flamante residencia en el Municipio de Guanabacoa, donde continuará rigiendo otra publicación de prestigio. Alrededor del 1900, ya deteriorada su salud, regresa a Tenerife para pasar unas vacaciones de reposo. Pero la muerte es mas veloz que el tiempo y fallece unos dí­as más tarde de su arribo, sobreviviéndole su viuda y siete hijos, todos con tendencias musicales y de los cuales el más joven fue el prestigioso Ernesto Lecuona.



Puedo imaginar al pequeño niño en sus primeros años romanceando tiernamente con el piano de cola que poseía su familia, acariciando con los deditos curiosos de su mano izquierda las teclas del precioso instrumento, que hechizara las primeras notas musicales de su sensibilidad. Ah!­, frente al que fuera más tarde el inseparable y fiel amigo de todas sus andanzas estaba el virtuosísimo Lecuona, quien sería años mas tarde una de las mayores glorias de nuestro arte musical cubano, comprometido para siempre con su piano.



Niño prodigio al fin: al llegar a la edad de once años se desempeña como pianista en varios cines habaneros, acompañando las pelí­culas silentes que en éstos se exponí­an. A esa misma edad, en el año 1909 compone su primera obra para banda de concierto, la marcha titulada: Cuba y América; luego, sus primeras obras importantes fueron Danzas Cubanas (1911) y el Vals del Rhin (1912), obra musical que según los crí­ticos desnuda su inclinación folklórica.



A los 17 años se gradúa con honores del Conservatorio Nacional Cubano y comienza una larga gira por América del Norte y Europa, viaje que le sirve para cultivarse en nuevas técnicas a la vez que le permite darse a conocer en importantes salas junto a Gonzalo Roig y Rodrigo Prats; formando magistralmente una de las trilogías más destacadas y trascendentales de compositores del teatro lí­rico cubano y en especial de la zarzuela. El aporte más significativo de Lecuona al género teatral es la fórmula definitiva de la romanza cubana. Entre sus obras se destacan las zarzuelas: Canto Siboney, Damisela Encantadora, Diablos y Fantasías, El Amor del Guarachero, El Batey (1929), El Cafetal, El Calesero, El Maizal, La Flor del Sitio, Tierra de Venus (1927), Marí­a la O (1930) y Rosa la China (1932); también son notorias sus canciones: Canto Carabalí­, Siempre en mi corazón, (1930), La Comparsa (mundialmente célebre) y Malagueña (1933), perteneciente a su suite Andalucía. También son destacadas sus obras para danza, Danza de los ñáñi­gos y Danza Lucumí­; la ópera El Sombrero de Yarey, la Rapsodia Negra para piano y orquesta, así­ como su Suite Española.



Su asombrosa destreza como pianista, lo impulsa a ejecutar obras de la colección universal para piano, obteniendo así­ la anuencia de notables personalidades, entre las que cabe mencionar a Maurice Ravel, Joaquí­n Turina, Adolfo Salazar, Joaquí­n Nin y George Gershwin, entre otros grandes. Se ha dicho que la obra de otros creadores dejó de ser parte importante dentro de su repertorio para dar lugar a las suyas propias; sin embargo sus habilidades como intérprete y su inestimable perfección técnica siguieron destacándose en sus composiciones de un estilo singular y bien definido que incorporaba la elaboración de temas afrocubanos y españoles con gran expresividad y un carácter eminentemente de concierto. Es la totalidad de su trayectoria creativa un legado que lo confirma, a través de todos los tiempos, como un clásico de la cultura musical iberoamericana.



Como millones de cubanos, en 1960 Ernesto Lecuona abandona Cuba y se establece en Tampa, Florida. Triste, lejos de su amado terruño, viaja a la tierra de sus padres y fallece el 29 de noviembre de 1963 en Santa Cruz de Tenerife; fortuitamente igual que su progenitor.



Sin lugar a dudas, despues de un centenrio de su muerte. Lecuona sigue siendo una joya vital en la historia musical cubana y ecuménica. Su música, que ha traspasado los umbrales del tiempo, será eternamente el más genuino pentagrama del recuerdo en el alma.

7 comments:

  1. Gracias, querida amiga Dinorah. Muy lindo y merecido homenaje.

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    1. Gracias a ti amiga. Tus palabras me honran.

      Bendiciones.

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  2. Y con cuánto amor hablas de ese maravilloso representante de nuestra Música, el Gran Lecuona! Muchas gracias, Zis, ha sido un placer leerte. Con todo mi cariño, Karin

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    1. Zis. Como le dije a Belkis, me honras. Es halagador que escritoras de su talla, valoren lo que escribí con verdadero amor y admiración. El placer a sido mio y el cariño es reciproco.

      Bendiciones.

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  3. Es en realidad es este un merecido homenaje a ese delicioso autor de tantas melodías que, como su Damisela Encantadora, nos hicieron soñar en aquella Cuba bella de ayer. Tocaba el piano Lecuona magistralmente. Tuve el privilegio de verlo en concierto dos veces. Puedo decir - y creo que todos los que hayan oido tocar al Maestro estarán de acuerdo conmigo -, que solamente la gran pianista Manfugás, ya fallecida, interpretaba la música del Maestro Ernesto Lecuona con la pasión y el amor con que fue escrita.
    Te felicito por este homenaje tan merecido a esa gloria de Cuba que fue el Maestro Ernesto Lecuona.
    Martha Pardiño

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    1. Gracias Martha, por sus palabras y por compartir su experiencia privilegiada con el Maestro Lecuona y la gran Manfugas, dos glorias de la música cubana. Honor que me hace.

      Bendiciones.

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  4. Maestro entre los maestros del mundo de compositores.

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