Saturday, February 20, 2010

Juana Borrero Pierra



La tormentosa corta vida de Juana Borrero

Por Pedro Meluzá López





La historia universal registra muchos ejemplos de niños precoces, pero en Cuba a través de los tiempos han surgido pocos. Entre los más conocidos y brillantes está Juana Borrero Pierra, poetisa y pintora cuya obra y maestría en ambas artes despuntó cuando aún no alcanzaba los 10 años de edad.



Nacida en La Habana el 18 de mayo de 1877, murió en 1896 a los 18, pero desde los cinco escribía sonetos de impecable técnica y elaboraba dibujos impresionistas que admiraron a los profesores de la Academia de Bellas Artes de San Alejandro. Uno de sus maestros, el célebre pintor Armando Menocal, le dijo en una ocasión al padre Esteban Borrero: “No tengo nada que enseñarle” a su hija, quien contaba entonces 12 primaveras.



La inteligente capitalina llega a su madurez pictórica a los siete años. La gente humilde del pueblo, la naturaleza y las plantas marinas y los caracoles eran los temas centrales de sus dibujos y óleos, tan perfectamente trasladados al lienzo que los eminentes naturalistas cubanos Felipe Poey y Carlos de la Torre elogiaban con frecuencia la exactitud científica de las creaciones de Juana.



No había alcanzado aún la adolescencia y ya era conocida por numerosos poemas y lo tormentoso y melancólico de sus sonetos de amor, compuestos con depurada técnica.



Entre sus dolores y pasiones, la Patria tenía también lugar importante, pues el padre y ella misma estaban comprometidos con la insurrección independentista y el novio, Carlos Pío Uhrbach, peleó junto a los mambises.



Por su quehacer libertario la familia Borrero fue obligada a emigrar en enero del 96 y se estableció en Cayo Hueso. Allí muere de fiebre tífica, dos meses después (9 de marzo), la “adolescente atormentada”, como la calificara en 1966 el escritor y crítico Angel Augier.



Gran parte de su obra poética se perdió, pero perdura lo que se considera su testamento lírico, escrito poco antes de fallecer, bajo el título “Última rima”, y cuya primera estrofa dice:



Yo he soñado en mis lúgubres noches,/ en mis noches

tristes de pena y lágrimas,/ con un beso de amor imposible,/

sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias...




Íntima



¿Quieres sondear la noche de mi espíritu?

Allá en el fondo oscuro de mi alma

hay un lugar donde jamás penetra

la clara luz del sol de la esperanza.

¡Pero no me preguntes lo que duerme

bajo el sudario de la sombra muda...;

detente allí junto al abismo y llora

como se llora al borde de las tumbas!

©Juana BORRERO




Vespertino



Para la amable señorita Teresa Aritzti



Hacia el ocaso fúlgido titila

el temblador lucero vespertino,

y a lo lejos, se escucha del camino

el eco vago de lejana esquila.



Como escuadrón de caprichosa fila

nubecillas de tono purpurino

se desvellonan en celaje fino,

etérea gasa, que disuelta oscila.



El rayo débil que las nubes dora,

lentamente se extingue, agonizante,

sus fulgores lanzando postrimeros;



y la noche se apresta vencedora

a desceñir sobre el cenit triunfante

su soberbia diadema de luceros.

©Juana BORRERO




Crepuscular



Todo es quietud y paz... En la penumbra

se respira el olor de los jazmines,

y, más allá, sobre el cristal del río

se escucha el aleteo de los cisnes



que, como grupo de nevadas flores,

resbalan por la tersa superficie.

Los oscuros murciélagos resurgen

de sus mil ignorados escondites,



y vueltas mil, y caprichosos giros

por la tranquila atmósfera describen;

o vuelan luego rastreando el suelo,



rozando apenas con sus alas grises

del agrio cardo el amarillo pétalo,

de humilde malva la corola virgen.

©Juana BORRERO





Medieval



Junto a la negra mole de la muralla altiva

que alumbran las estrellas con tenue luz de plata

el trovador insomne de frente pensativa

preludia conmovido la triste serenata.



El aura de la noche voluble y fugitiva,

besa los largos pliegues del manto de escarlata,

y extiende la armoniosa cadencia persuasiva

que el plácido reposo perturba de la ingrata.



Al pie del alto foso destácase la airosa

romántica figura del rubio menestrello,

que al agitar la mano sobre el cordaje de oro



entristecido, exhala su queja dolorosa

en la cadencia rítmica del dulce ritornello,

y en sus mejillas siente que se desborda el lloro.

©Juana BORRERO




Apolo



Marmóreo, altivo, refulgente y bello,

corona de su rostro la dulzura,

cayendo en torno de su frente pura

en ondulados rizos sus cabellos.



Al enlazar mis brazos a su cuello

y al estrechar su espléndida hermosura,

anhelante de dicha y de ventura

la blanca frente con mis labios sello.



Contra su pecho inmóvil, apretada

adoré su belleza indiferente,

y al quererla animar, desesperada,



llevada por mi amante desvarío,

dejé mil besos de ternura ardiente

allí apagados sobre el mármol frío.

©Juana BORRERO



Reve

Su voz debe ser dulce y persuasiva

y soñadora y triste su mirada...

debe tener la frente pensativa

por un halo de ensueños circundada.



Su alma genial, cual pálida cautiva

de un astro esplendoroso desterrada,

sueña con una nube fugitiva

y con el traje de crespón de un hada.



Cuando la ronda azul de los delirios

disipa sus nostálgicos martirios

borrando del pesar la obscura huella,



él se acuerda en la noche silenciosa

de aquella virgencita misteriosa

que dejó abandonada en una estrella.

©Juana BORRERO





Última rima



Yo he soñado en mis lúgubres noches,

en mis noches tristes de penas y lágrimas,

con un beso de amor imposible

sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias.



Yo no quiero el deleite que enerva,

el deleite jadeante que abrasa,

y me causan hastío infinito

los labios sensuales que besan y manchan.



¡Oh, mi amado!, ¡mi amado imposible!

Mi novio soñado de dulce mirada,

cuando tú con tus labios me beses

bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.



Dame el beso soñado en mis noches,

en mis noches tristes de penas y lágrimas,

que me deje una estrella en los labios

y un tenue perfume de nardo en el alma.




JUANA BORRERO

por Julián del Casal





JUANA BORRERO



Tez de ámbar, labios rojos,

Pupilas de terciopelo

Que más que el azul del cielo

Ven del mundo los abrojos.



Cabellera azabachada

Que, en ligera ondulación,

Como velo de crespón

Cubre su frente tostada.



Ceño que a veces arruga,

Abriendo en sus alma una herida,

La realidad de la vida

O de una ilusión la fuga.



Mejillas suaves de raso

En que la vida fundiera

La palidez de la cera,

La púrpura del ocaso.



¿Su boca? Rojo clavel

Quemado por el estío,

Mas donde vierte el hastío

Gotas amargas de hiel.



Seno en que el dolor habita

De una ilusión engañosa,

Como negra mariposa

En fragante margarita.



Manos que para el laurel

Que a alcanzar su genio aspira,

Ora recorren la lira,

Ora mueven el pincel.



¡Doce años! Mas sus facciones

Veló ya de honda amargura

La tristeza prematura

De los grandes corazones.

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