Monday, February 22, 2010

JOSE MARTI




Cultivo una Rosa Blanca
Cultivo una rosa blanca
En Junio como en Enero,
Para el amigo sincero,
Que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo,
Cardo ni ortiga cultivo
cultivo una rosa blanca.





José Martí



(La Habana, 1853 - Dos Ríos, Cuba, 1895) Político y escritor cubano. Nacido en el seno de una familia española con pocos recursos económicos, a la edad de doce años José Martí empezó a estudiar en el colegio municipal que dirigía el poeta Rafael María de Mendive, quien se fijó en las cualidades intelectuales del muchacho y decidió dedicarse personalmente a su educación.



El joven Martí pronto se sintió atraído por las ideas revolucionarias de muchos cubanos, y tras el inicio de la guerra de los Diez Años y el encarcelamiento de su mentor, inició su actividad revolucionaria: publicó una gacetilla El Diablo Cojuelo, y poco después una revista, La Patria Libre, que contenía su poema «Abdalá».



A los diecisiete años José Martí fue condenado a seis de cárcel por su pertenencia a grupos independentistas. Realizó trabajos forzados en el penal hasta que su mal estado de salud le valió el indulto. Deportado a España, en este país publicó su primera obra de importancia, el drama Adúltera. Inició en Madrid estudios de derecho y se licenció en derecho y filosofía y letras por la Universidad de Zaragoza.



Durante sus años en España surgió en él un profundo afecto por el país, aunque nunca perdonó su política colonial. En su obra La República Española ante la Revolución Cubana reclamaba a la metrópoli que hiciera un acto de contrición y reconociese los errores cometidos en Cuba. Tras viajar durante tres años por Europa y América, José Martí acabó por instalarse en México.



Allí se casó con la cubana Carmen Sayes Bazán y, poco después, gracias a la paz de Zanjón, que daba por concluida la guerra de los Diez Años, se trasladó a Cuba. Deportado de nuevo por las autoridades cubanas, temerosas ante su pasado revolucionario, se afincó en Nueva York y se dedicó por completo a la actividad política y literaria.



Desde su residencia en el exilio, José Martí se afanó en la organización de un nuevo proceso revolucionario en Cuba, y en 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano y la revista Patria. Se convirtió entonces en el máximo adalid de la lucha por la independencia de su país.



Dos años más tarde, tras entrevistarse con el generalísimo Máximo Gómez, logró poner en marcha un proceso de independencia. Pese al embargo de sus barcos por parte de las autoridades estadounidenses, pudo partir al frente de un pequeño contingente hacia Cuba. Fue abatido por las tropas realistas cuando contaba cuarenta y dos años. Martí es, junto a Bolívar y San Martín, uno de los principales protagonistas del proceso de emancipación de Hispanoamérica.



La obra literaria de José Martí



Además de destacado ideólogo y político, José Martí fue uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y la figura más destacada de la etapa de transición al modernismo, que en América supuso la llegada de nuevos ideales artísticos.



Como poeta se le conoce por Ismaelillo (1882), obra que puede considerarse un adelanto de los presupuestos modernistas por el dominio de la forma sobre el contenido; Versos libres (1878-1882), La edad de oro (1889) y Versos sencillos (1891), esta última decididamente modernista y en la que predominan los apuntes autobiográficos y el carácter popular.



En A mis hermanos muertos el 27 de noviembre (1872), publicado durante su destierro en España, Martí dedica sus versos a los estudiantes muertos en una masacre acaecida en aquella fecha. Su única novela, Amistad funesta, también llamada Lucía Jérez y firmada con el pseudónimo de Adelaida Ral, fue publicada por entregas en el diario El latino-Americano entre mayo y septiembre de 1885; aunque en su argumento predomina el tema amoroso, en esta obra de final trágico también aparecen elementos sociales.



Entre sus obras dramáticas destacan Adúltera (1873), Amor con amor se paga (1875) y Asala. También fundó una revista para niños, La Edad de Oro, en la que aparecieron los cuentos Bebé y el señor Don Pomposo, Nené traviesa y La muñeca negra, y colaboró con diversas publicaciones de distintos países, como La Revista Venezolana, la Opinión Nacional de Caracas, La Nación de Buenos Aires o la Revista Universal de México.



Cronista y crítico excepcional, hizo de muchos de sus textos auténticos ensayos, algunos de carácter revolucionario como El presidio político en Cuba (1871) -de gran fuerza lírica-, El Manifiesto de Montecristi o su Diario de campaña. Sus Obras completas (1963-1965) constan de 25 volúmenes.



Versos Libres:



BOSQUE DE ROSAS



Allí despacio te diré mis cuitas;

Allí en tu boca escribiré mis versos!—

Ven, que la soledad será tu escudo!

Pero, si acaso lloras, en tus manos

Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas

Borraré los extraños versos míos.



Sufrir ¡tú a quien yo amo, y ser yo el casco

Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto?

Oh, la sangre del alma, tú la has visto?

Tiene manos y voz, y al que la vierte

Eternamente entre la sombra acusa.

¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres

De almas, y hay villanos matadores!

Al bosque ven: del roble más erguido

Un pilòn labremos, y en el pilòn

Cuantos engañen a mujer pongamos!



Esta es la lidia humana: la tremenda

Batalla de los cascos y los lirios!

Pues los hombres soberbios ¿no son fieras?

Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo

Mi bestia muerta, y mi furor domado.—

Ven, a callar; a murmurar; al ruido

De las hojas de Abril y los nidales.

Deja, oh mi amada, las paredes mudas

De esta casa ahoyada y ven conmigo

No al mar que bate y ruge sino al bosque

De rosas que hay al fondo de la selva.

Allí es buena la vida, porque es libre—

Y la virtud, por libre, será cierta,

Por libre, mi respeto meritorio.

Ni el amor, si no es libre, da ventura.

¡Oh, gentes ruines, las que en calma gozan

De robados amores! Si es ajeno

El cariño, el placer de respetarlo

Mayor mil veces es que el de su goce;

Del buen obrar ¡qué orgullo al pecho queda

Y còmo en dulces lágrimas rebosa,

Y en extrañas palabras, que parecen

Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa

La de fingir amor! Pues hay tormento

Como aquél, sin amar, de hablar de amores!

Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!

Ven, que la soledad será tu escudo!





MEDIA NOCHE



Oh, qué vergüenza!: —El sol ha iluminado

La tierra: el amplio mar en sus entrañas

Nuevas columnas a sus naves rojas

Ha levantado: el monte, granos nuevos

Juntò en el curso del solemne día

A sus jaspes y breñas: en el vientre

De las aves y bestias nuevos hijos

Vida, que es forma, cobran: en las ramas

Las frutas de los árboles maduran:—

Y yo, mozo de gleba, he puesto sòlo,

Mientras que el mundo gigantesco crece,

Mi jornal en las ollas de la casa!



Por Dios, que soy un vil!:— No en vano el sueño

A mis pálidos ojos es negado!

No en vano por las calles titubeo

Ebrio de un vino amargo, cual quien busca

Fosa ignorada donde hundirse, y nadie

Su crimen grande y su ignominia sepa!

No en vano el corazòn me tiembla ansioso

Como el pecho sin calma de un malvado!



El cielo, el cielo, con sus ojos de oro

Me mira, y ve mi cobardía, y lanza

Mi cuerpo fugitivo por la sombra

Como quien loco y desolado huye

De un vigilante que en sí mismo lleva!

La tierra es soledad! la luz se enfría!

Adonde iré que este volcan se apague?

Adonde iré que el vigilante duerma?



Oh, sed de amor! —oh, corazòn, prendado

De cuanto vivo el Universo habita;



Del gusanillo verde en que se trueca

La hoja del árbol: —del rizado jaspe

En que las ondas de la mar se cuajan:—

De los árboles presos, que a los ojos

Me sacan siempre lágrimas: —del lindo

Bribòn gentil que con los pies desnudos

En fango o nieve, diario o flor pregona.

Oh, corazòn, —que en el carnal vestido

No hierros de hacer oro, ni belfudos

Labios glotones y sensuosos mira,—

Sino corazas de batalla, y hornos

Donde la vida universal fermenta!—



Y yo, pobre de mí!, preso en mi jaula,

La gran batalla de los hombres miro!—

[1878]





YUGO Y ESTRELLA



Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:

—Flor de mi seno, Homagno generoso

De mí y de la Creaciòn suma y reflejo,

Pez que en ave y corcel y hombre se torna,

Mira estas dos, que con dolor te brindo,

Insignias de la vida: ve y escoge.

Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza:

Have de manso buey, y como presta

Servicio a los señores, duerme en paja

Caliente, y tiene rica y ancha avena.

Ésta, oh misterio que de mí naciste

Cual la lumbre naciò de la montaña,

Ésta, que alumbra y mata, es una estrella:

Como que riega luz, los pecadores

Huyen de quien la lleva, y en la vida,

Cual un monstruo de crímenes cargado,

Todo el que lleva luz, se queda solo.

Pero el hombre que al buey sin pena imita,

Buey vuelve a ser, y en apagado bruto

La escala universal de nuevo empieza.

El que la estrella sin temor se ciñe,

Como que crea, crece!

Cuando al mundo

De su copa el licor vaciò ya el vivo:

Cuando, para manjar de la sangrienta

Fiesta humana, sacò contento y grave

Su propio corazòn: cuando a los vientos

De Norte y Sur virtiò su voz sagrada,—

La estrella como un manto, en luz lo envuelve,



Se enciende, como a fiesta, el aire claro,

Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,

Se oye que un paso más sube en la sombra!



—Dame el yugo, oh mi madre, de manera

Que puesto en él de pie, luzca en mi frente

Mejor la estrella que ilumina y mata.




Versos Sencillos



Yo soy un hombre sincero

De donde crece la palma.

Y antes de morirme quiero

Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,

Y hacia todas partes voy:

Arte soy entre las artes,

En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños

De las yerbas y las flores,

Y de mortales engaños,

Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura

Llover sobre mi cabeza

Los rayos de lumbre pura

De la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros

De las mujeres hermosas:

Y salir de los escombros

Volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre

Con el puñal al costado,

Sin decir jamás el nombre

De aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,

Dos veces vi el alma, dos:

Cuando murió el pobre viejo,

Cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez –en la reja,

A la entrada de la viña.—

Cuando la bárbara abeja

Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte

Que gocé cual nunca: --cuando

La sentencia de mi muerte

Leyó el alcalde llorando.



Oigo un suspiro, a través

De las tierras y la mar,

Y no es un suspiro, --es

Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero

Tome la joya mejor

Tomo a un amigo sincero

Y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida

Volar al azul sereno,

Y morir en su guarida

La víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo

Cede, lívido, al descanso,

Sobre el silencio profundo

Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada

De horror y júbilo yerta,

Sobre la estrella apagada

Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo

La pena que me lo hiere:

El hijo de un pueblo esclavo

Vive por él, calla, y muere.

Todo es hermoso y constante,

Todo es música y razón,

Y todo, como el diamante,

Antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra

Con gran lujo y con gran llanto,--

Y que no hay fruta en la tierra

Como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito

La pompa del rimador:

Cuelgo de un árbol marchito

Mi muceta de doctor.



V



Si ves un monte de espumas,

Es mi verso lo que ves:

Mi verso es un monte, y es

Un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal

Que por el puño echa flor:

Mi verso es un surtidor

Que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claro

Y de un carmín encendido:

Mi verso es un ciervo herido

Que busca en el monte amparo.

Mi verso al valiente agrada:

Mi verso, breve y sincero,

Es del vigor del acero

Con que se funde la espada.



X



El alma trémula y sola

Padece al anochecer:

Hay baile; vamos a ver

La bailarina española.

Han hecho bien en quitar

El banderón de la acera;

Porque si está la bandera,

No sé, yo no puedo entrar.

Ya llega la bailarina:

Soberbia y pálida llega:

¿Cómo dicen que es gallega?

Pues dicen mal: es divina.

Lleva un sombrero torero

Y una capa carmesí:

¡Lo mismo que un alelí!

Que se pusiese un sombrero!

Se ve, de paso, la ceja,

Ceja de mora traidora:

Y la mirada, de mora:

Y como nieve la oreja.

Preludian, bajan la luz,

Y sale en bata y mantón,

La virgen de la Asunción

Bailando un baile andaluz.

Alza, retando, la frente;

Crúzase al hombre la manta:

En arco el brazo levanta:

Mueve despacio el pie ardiente.

Repica con los tacones

El tablado zalamera,

Como si la tabla fuera

Tablado de corazones.

Y va el convite creciendo

En las llamas de los ojos,

Y el manto de flecos rojos

Se va en el aire meciendo.

Súbito, de un salto arranca:

Húrtase, se quiebra, gira:

Abre en dos la cachemira,

Ofrece la bata blanca.

El cuerpo cede y ondea;

La boca abierta provoca;

Es un rosa la boca:

Lentamente taconea.

Recoge, de un débil giro,

El manto de flecos rojos:

Se va, cerrando los ojos,

Se va, como en un suspiro...

Baila muy bien la española;

Es blanco y rojo el mantón:

¡Vuelve, fosca a su rincón,

El alma trémula y sola!



XI



Yo tengo un paje muy file

Que me cuida y que me gruñe,

Y al salir, me limpia y bruñe

Mi corona de laurel.

Yo tengo un paje ejemplar

Que no come, que no duerme,

Y que se acurruca a verme

Trabajar, y sollozar.

Salgo, y el vil se desliza

Y en mi bolsillo aparece;

Vuelvo, y el terco me ofrece

Una taza de ceniza.

Si duermo, al rayar el día

Se sienta junto a mi cama:

Si escribo, sangre derrama

Mi paje en la escribanía.

Mi paje, hombre de respeto,

Al andar castañetea:

Hiela mi paje, y chispea:

Mi paje es un esqueleto.



XVIII



Es rubia: el cabello suelto

Da más luz al ojo moro:

Voy, desde entonces, envuelto

En un torbellino de oro.

La abeja estival que zumba

Más ágil por la flor nueva,

No dice, como antes, "tumba":

"Eva" dice: todo es "Eva".

Bajo, en lo oscuro, al temido

Raudal de la catarata:

¡Y brilla el iris, tendido

Sobre las hojas de plata!

Miro, ceñudo, la agreste

Pompa del monte irritado;

¡Y en el alma azul celeste

Brota un jacinto rosado!

Voy, por el bosque, a paseo

A la laguna vecina:

Y entre las ramas la veo,

Y por el agua camina.

La serpiente del jardín

Silva, escupe, y se resbala

Por su agujero: el clarín

Me tiende, trinando, el ala.

¡Arpa soy, salterio soy

Donde vibra el Universo:

Vengo del sol, y al sol voy:

Soy el amor: soy el verso!



XII



Estoy en el baile extraño

De polaina y casaquín

Que dan, del año hacia el fin,

Los cazadores del año.

Una duquesa violeta

Va con un frac colorado:

Marca un vizconde pintado

El tiempo en la pandereta.

Y pasan las chupas rojas;

Pasan los tules de fuego,

Como delante de un ciego

Pasan volando las hojas.



XLV



Sueño con claustros de mármol

Donde en silencio divino

Los héroes, de pie, reposan:

¡De noche, a la luz del alma,

Hablo con ellos: de noche!

Están en fila: paseo

Entre las filas: las manos

De piedra les beso: abren

Los ojos de piedra: mueven

Los labios de piedra: tiemblan

Las barbas de piedra: empuñan

La espada de piedra: lloran:

¡Vibra la espada en la vaina!:

Mudo, les beso la mano.

Hablo con ellos, de noche!

Están en fila: paseo

Entre las filas: lloroso

Me abrazo a un mármol: "Oh mármol,

Dicen que beben tus hijos

Su propia sangre en las copas

Venenosas de sus dueños!

Que hablan la lengua podrida

De sus rufianes! que comen

Juntos el pan del oprobio,

En la mesa ensangrentada!!

Que pierden en lengua inútil

El último fuego!: ¡dicen,

Oh mármol, mármol dormido,

Que ya se ha muerto tu raza!"

Échame en tierra de un bote

El héroe que abrazo: me ase

Del cuello: barre la tierra

Con mi cabeza: levanta

El brazo, ¡el brazo le luce

Lo mismo que un sol!: resuena

La piedra: buscan el cinto

Las manos blancas: del soclo

Saltan los hombres de mármol!



XLVI



Vierte, corazón, tu pena

Donde no se llegue a ver,

Por soberbia, y por no ser

Motivo de pena ajena.

Yo te quiero, verso amigo,

Porque cuando siento el pecho

Ya muy cargado y deshecho,

Parto la carga contigo.

Tú me sufres, tú aposentas

En tu regazo amoroso,

Todo mi ardor doloroso,

Todas mis ansias y afrentas.



Tú, porque yo pueda en calma

Amar y hacer bien, consientes

En enturbiar tus corrientes

En cuanto me agobia el alma.

Tú, porque yo cruce fiero

La tierra, y sin odio, y puro,

Te arrastras, pálido y duro,

Mi amoroso compañero.

Mi vida así se encamina

Al cielo limpia y serena,

Y tú me cargas mi pena

Con tu paciencia divina.

Y porque mi cruel costumbre

De echarme en ti te desvía

De tu dichosa armonía

Y natural mansedumbre;

Porque mis penas arrojo

Sobre tu seno, y lo azotan,

Y tu corriente alborotan,

Y acá lívido, allá rojo,

Blanco allá como la muerte,

Ora arremetes y ruges,

Ora con el peso crujes

De un dolor más que tú fuerte.

¿Habré, como me aconseja

Un corazón mal nacido,

De dejar en el olvido

A aquel que nunca deja?

¡Verso, nos hablan de un Dios

A donde van los difuntos:

Verso, o nos condenan juntos,

O nos salvamos los dos!



La niña de Guatemala IX


Quiero, a la sombra de un ala,

Contar este cuento en flor:

La niña de Guatemala,

La que se murió de amor.



Eran de lirios los ramos,

Y las orlas de reseda

Y de jazmín: la enterramos

En una caja de seda.



...Ella dio al desmemoriado

Una almohadilla de olor:

El volvió, volvió casado:

Ella se murió de amor.



Iban cargándola en andas

Obispos y embajadores:

Detrás iba el pueblo en tandas,

Todo cargado de flores.



...Ella, por volverlo a ver,

Salió a verlo al mirador:

El volvió con su mujer:

Ella se murió de amor.



Como de bronce candente

Al beso de despedida

Era su frente ¡la frente

Que más he amado en mi vida!



...Se entró de tarde en el río,

La sacó muerta el doctor:

Dicen que murió de frío:

Yo sé que murió de amor.



Allí, en la bóveda helada,

La pusieron en dos bancos:

Besé su mano afilada,

Besé sus zapatos blancos.



Callado, al oscurecer,

Me llamó el enterrador:

¡Nunca más he vuelto a ver

A la que murió de amor!



Cuento Infantil. Versos




LOS ZAPATICOS DE ROSA

Hay sol bueno y mar de espumas,

Y arena fina, y Pilar

Quiere salir a estrenar

Su sombrerito de pluma.



"¡Vaya la niña divina!"

Dice el padre, y le da un beso,

"Vaya mi pájaro preso

A buscarme arena fina!".



"Yo voy con mi niña hermosa",

Le dijo la madre buena:

"¡No te manches en la arena

Los zapaticos de rosa!"



Fueron las dos al jardín

Por la calle del laurel:

La madre cogió un clavel

Y Pilar cogió un jazmín.



Ella va de todo juego,

Con aro, y balde y paleta:

El balde es color violeta,

El aro es color de fuego.



Vienen a verlas pasar,

Nadie quiere verlas ir,

La madre se echa a reír,

Y un viejo se echa a llorar.



El aire fresco despeina

A Pilar, que viene y va

Muy oronda:"¡Dí, mamá!

¿Tú sabes qué cosa es reina?"



Y por si vuelven de noche

De la orilla de la mar,

Para la madre y Pilar

Manda luego el padre el coche.



Está la playa muy linda:

Todo el mundo está en la playa;

Lleva espejuelos el aya

De la francesa Florinda.



Está Alberto, el militar

Que salió en la procesión

Con tricornio y con bastón,

Echando un bote a la mar.



¡Y qué mala, Magdalena

Con tantas cintas y lazos,

A la muñeca sin brazos,

Enterrándola en la arena!



Conversan allá en las sillas,

Sentadas con los señores,

Las señoras, como flores,

Debajo de las sombrillas.



Pero está con estos modos

Tan serios, muy triste el mar:

¡Lo alegre es allá, al doblar,

En la barranca de todos!



Dicen que suenan las olas

Mejor allá en la barranca,

Y que la arena es muy blanca

Donde están las niñas solas.



Pilar corre a su mamá:

"¡Mamá, yo voy a ser buena;

Déjame ir sola a la arena;

Allá, tú me ves, allá!"



"¡Esta niña caprichosa!

No hay tarde que no me enojes:

Anda, pero no te mojes

Los zapaticos de rosa."



Le llega a los pies la espuma,

Gritan alegres las dos;

Y se va, diciendo adiós,

La del sombrero de pluma.



Se va allá, donde ¡muy lejos!

Las aguas son más salobres,

Donde se sientan los pobres,

Donde se sientan los viejos!



Se fue la niña a jugar,

La espuma blanca bajó,

Y pasó el tiempo, y pasó

Un águila por el mar.



Y cuando el sol se ponía

Detrás de un monte dorado,

Un sombrerito callado

Por las arenas venía.



Trabaja mucho, trabaja,

Para andar: ¿qué es lo que tiene

Pilar que anda así, que viene

Con la cabecita baja?



Bien sabe la madre hermosa

Por qué le cuesta el andar:

--¿Y los zapatos, Pilar,

Los zapaticos de rosa?"



"¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?

¡Dí dónde Pilar!" –"Señora",

Dice una mujer que llora:

"¡Están conmigo, aquí están!"



"Yo tengo una niña enferma

Que llora en el cuarto obscuro,

Y la traigo al aire puro,

A ver el sol, y a que duerma.



"Anoche soñó, soñó

Con el cielo, y oyó un canto,

Me dio miedo, me dio espanto,

Y la traje y se durmió.



"Con sus dos brazos menudos

Estaba como abrazando;

Y yo mirando, mirando

Sus piececitos desnudos.



"Me llego al cuerpo la espuma.

Alcé los ojos, y ví

Está niña frente a mí

Con su sombrero de pluma.



"¡Se parece a los retratos

Tu niña"--dijo:--"¿Es de cera?

¿Quiere jugar? ¡si quisiera!…

¿Y por qué está sin zapatos?



"Mira, ¡la mano le abrasa,

Y tiene los pies tan fríos!

¡Oh, toma, toma los míos,

Yo tengo más en mi casa!"



¡No sé bien, señora hermosa,

Lo que sucedió después:

¡Le ví a mi hijita en los pies

Los zapaticos de rosa!"



Se vio sacar los pañuelos

A una rusa y a una inglesa;

El aya de la francesa

Se quitó los espejuelos.



Abrió la madre los brazos,

Se echó Pilar en su pecho,

Y sacó el traje deshecho,

Sin adornos y sin lazos.



Todo lo quiere saber

De la enferma la señora:

¡No quiere saber que llora

De pobreza una mujer!



"¡Sí, Pilar, dáselo! ¡y eso

También! ¡tu manta! ¡tu anillo!"

Y ella le dio su bolsillo,

Le dio el clavel, le dio un beso.



Vuelven calladas de noche

A su casa del jardín;

Y Pilar va en el cojín

De la derecha del coche.



Y dice una mariposa

Que vio desde su rosal

Guardados en un cristal

Los zapaticos de rosa.

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